Para qué puede ser necesario algo tan molesto como el dolor? En un sentido evolutivo, el dolor es extremadamente útil, porque su función principal es alertarnos del daño que se está produciendo en alguna parte del cuerpo, como una quemadura en la piel o una infecciónen la garganta. Este dolor va a desen-cadenar de inmediato respuestas que intentan abortarlo. Así, al sentir el calor de la llama, apartamos de forma refleja la mano del hornillo. Además de provocar una respuesta inmediata, el dolor también desencadena el inicio de conductas conscientes que lo mitiguen. Tras sufrir un fuerte esguince, por ejemplo, todos sabemos que lo mejor es reposar; nuestro cerebro nos empuja a quedarnos quietos.
Aunque pueda resultar sorprendente, vivir sin dolor es peligroso. Hay casos excepcionales de individuos con mutaciones genéticas que los hacen completamente insensibles al dolor. Lejos de tener una existencia plácida, estas personas visitan con frecuencia los servicios de urgencias. Su insensibilidad a la temperatura y a los golpes los aboca irremediablemente a situaciones de riesgo, sufriendo importantes lesiones en los quehaceres cotidianos, como amputaciones de los dedos o graves quemaduras. Muchos amantes del baloncesto recordarán las lágrimas de Pau Gasol, un cóctel de dolor y tristeza, al torcerse el tobillo en la semifinal de los Mundiales de 2006. Demos gracias al dolor, que le obligó a abandonar el partido y evitó que siguiese corriendo, lo cual podría haber provocado una lesión mucho más grave.
El dolor es útil: nos alerta del daño que se está produciendo en alguna parte del cuerpo
El daño de los tejidos activa unos sensores moleculares especializados, situados de forma estratégica en terminaciones nerviosas microscópicas que recubren la piel y las vísceras, como el corazón. Estos sensores discriminan entre las señales débiles, inocuas, y las señales de daño. Una vez activados, los sensores del dolor generan señales eléctricas que se propagan rápidamente a lo largo de nervios formados por miles de finas fibras nerviosas, hasta llegar a la médula espinal donde se conectan con otras
neuronas. Desde aquí, la señal se reparte hacia muchas áreas del cerebro, donde se procesa la información y se evalúa la mejor respuesta. Mediante técnicas avanzadas de imagen, como la resonancia magnética funcional, es posible cartografiar las áreas cerebrales que se activan durante el dolor. Estos estudios han permitido constatar algo que la experiencia cotidiana también revela, que en la percepción y evaluación del dolor participan muchas zonas del cerebro, incluyendo áreas estrechamente relacionadas con las emociones. Esto explica el componente subjetivo asociado al dolor.
Mientras que el dolor agudo es claramente útil, la situación cambia cuando el dolor se prolonga en el tiempo, como ocurre en la artritis o durante una hernia discal. Este dolor continuo puede producir modificaciones permanentes en los circuitos cerebrales que lo gestionan. Nuestro cerebro queda atrapado en una especie de mandala patológico, en el que los estímulos dolorosos generan de forma recurrente una sensación aumentada de dolor, que puede llegar a hacerse insoportable. Este dolor crónico carece de utilidad, es aberrante, y debe ser estudiado y tratado para intentar romper el círculo vicioso que lo amplifica.
Para aliviar el dolor, los médicos disponemos de muchas herramientas farmacológicas como los anestésicos, que inyectados localmente bloquean la transmisión de los impulsos eléctricos, de manera que la información dolorosa no alcanza nuestro cerebro. Es lo que ocurre, por ejemplo, en la anestesia epidural, utilizada para controlar el dolor durante el parto. Sustancias como la cortisona, la aspirina o el paracetamol alivian el dolor al inhibir la inflamación, un factor notablemente potenciador del dolor. Finalmente, la morfina y sus derivados sintéticos, que se unen a receptores neuronales, bloquean la transmisión de los impulsos dolorosos. Son fármacos tremendamente eficaces, aunque deben utilizarse bajo la supervisión de especialistas debido a sus efectos hipnóticos y su potencial adictivo.
Texto: Eduardo Carrillo
Fotografía: Iván Lara